Cuidado: ¡hay una bruja suelta en el cole!
¡No todo es cuestión de magia! Pero sí de atención, creatividad y escucha. Un pequeño proyecto para devolver el encantamiento a la palabra dentro del aula.
Desde el inicio, el proyecto de animación lectora “La Bruja Catalina” estuvo marcado por un carácter profundamente humano. Sin embargo, no es menos cierto que se estructuró en una serie de principios y criterios que tenían como objetivo enriquecer el aprendizaje literario.
En primer lugar, la Bruja Catalina era una voz que acariciaba el misterio e introducía a los niños en el mundo de las posibilidades. Sus apariciones divertían y constituían un punto de fuga dentro de la estructura escolar, que escapaba a la norma y al currículo. Pero quizás, lo más interesante fue cómo las propias voces de los niños cargadas de hipótesis, creencias y preguntas sobre su identidad construyeron un relato con el suficiente peso narrativo como para mantenerse en el tiempo. La frontera entre la realidad y la ficción fue el contexto en el que se asomó un punto de vista muy diferente que suplantaba las tareas por misiones y proponía auténticos desafíos en el lugar de los deberes. Un cambio que repercutió, en todos los casos, en la motivación a la hora de escribir y de leer.
Sin darse cuenta, semana a semana, se trabajaron diferentes tipologías textuales. Entre otras tantas propuestas, la Bruja pedía que le ayudaran a descubrir quiénes eran los nuevos vecinos del bosque (narrativa), responder cartas (género epistolar), inventar y representar una obra en un teatro de sombras o en un kamishibai (género dramático), completar un imaginario o pintar con tinta fotoluminiscente las historias que rondaban en la mente. También les solicitó escribir hallazgos de astronomía o descubrimientos de los hechos inesperados que acontecían en un jardín (no ficción, género informativo) y les regaló una botella para echar un mensaje al mar. Por supuesto, siempre se trató de sugerencias, nunca de una obligación. De esta forma era posible evaluar el interés de los pequeños.
Salvo excepciones y por circunstancias especiales, nunca nadie dejó de responder. Es importante aclarar que las sugerencias de dinamización no estaban aisladas, sino que formaban parte de un relato que les daba sentido. Este relato era una carta de la propia Bruja, que se acompañaba –generalmente- de algún objeto para dar un mayor realismo al pedido o material gráfico para realizar la misión.
Por otra parte, es necesario agregar que siempre que fue posible se partió de un interés del niño o de sus gustos literarios. En las demás ocasiones, se intentó que los desafíos fueran lo suficientemente atractivos para querer realizarlos.
Desde entonces se han dado pasos significativos. Niños con miedo a escribir se animaron a realizar relatos –además, muy hermosos- y otros fueron más allá de la propuesta para dejarnos con la boca abierta. Todos pudieron y, además, se sintieron orgullosos de hacerlo. Los índices de lectura, también mejoraron.
Admito que disfruté muchísimo de tener este alterego. Y creo que los beneficios de introducirla en las aulas, para quienes se animen, no son pocos. Gracias a la Bruja Catalina los profesores tienen una excusa más para detenerse y pensar en las necesidades de cada alumno en torno a la palabra. Las propias ideas y ocurrencias en el hacer y en el recibir, proporcionan inmensas gratificaciones. Pero también, y sobre todo, se dota de humanidad el aprendizaje literario. Aquí los protagonistas no son los contenidos, sino la capacidad de las personas para crear, imaginar y construir sentido; para elaborar respuestas a través de un relato que, bien se sabe, conecta con otros más allá del aula y confieren una mirada única para leer el mundo.
Para finalizar, me gustaría agradecer profundamente al profesor Ramón Carrillo, auténtico inventor y promotor de la Bruja Catalina, que me dio su confianza y me abrió la puerta de su aula para jugar con los niños y las palabras.