9 de octubre de 2016
Ser (o no) del rebaño
Querido Bruno:
Comenzabas primer curso cuando aquella mañana de falso otoño, El rebaño y tú salieron juntos por la puerta, uno bien abrazado del otro. Pero vuestra historia de amistad había nacido hace tiempo, una noche de primavera. Laia dormía en su cuna e Inés y tú estabais en vuestra habitación. La primera línea captó tu atención; la segunda, despertó tu asombro; y la tercera, la risa. Ya no separaste más la mirada de las páginas. «Siempre es igual. Primero salta Una, luego Dos, después Tres y… así hasta que Miguel se duerme. Pertenecer a un rebaño es fácil porque solo hay que hacer lo que hace el resto. Aunque, a veces, las cosas no resultan tan sencillas». La historia era muy divertida: Cuatro, la protagonista, se negaba a saltar la valla, pese a los deliberados argumentos que utilizan las demás ovejas para convencerla. El rebaño estaba desesperado: ellas habían nacido para cumplir las convenciones propias de una oveja, algo que a Cuatro parecía no importarle en lo más mínimo.
«Si no saltas se romperá la cadena, Miguel pasará la noche en vela y mañana estará contando cerdos en lugar de ovejas». Carcajada total. Te hizo gracia. Era un absurdo. Y te hizo gracia. Era un disparate. Y te hizo gracia. No tenía lógica exacta. Y te hizo gracia. «Bruno no puede entender el humor», me hizo gracia a mí.
Al finalizar, os pregunté qué personaje os gustaría ser. Tú lo tenías muy claro: «Yo quiero ser el rebaño». Pero Inés meditó un poco más: «Yo sería como Cuatro. A mí me gusta más hacer lo que quiera cuando quiera». Escuchaste su respuesta con atención, y luego aclaraste: «quiero que haya personas como Cuatro, tiene que haber personas como Cuatro, pero yo quiero ser como los demás». «¿Y por qué quieres ser como todos?», te pregunté con asombro. Respuesta contundente: «porque quiero saltar», dijiste muy seguro regresando al libro.
Bruno: creo que junto a un incipiente y por demás extraño amor por el salto hay, al menos, dos lecturas más sobre tu lectura. La primera consiste en relacionarla con el propio trastorno autista: ambos sabemos que los cambios no son asunto de tu devoción. Más bien el epicentro de una señora rabieta a la que hay que llamar de usted. En este caso, la actitud de Cuatro representaría la tan temida alteración de la rutina, lo que justificaría tu apego al rebaño. Sin embargo, si nos acercamos dos pasos más hacia el niño que eres, por la misma regla, podríamos leer en tu respuesta una humana voluntad de pertenecer. La necesidad de apropiarte de ese código común implícito que crece, de forma natural, con los demás. Si fuera así, entonces esta historia habría actuado como una metáfora que conectaría con uno de sus anhelos más profundos. Otra forma, otro espacio y otro lugar, que activaría y elaboraría un deseo arraigado en tu interior. Esta última lectura coincide con el sufrimiento que te genera querer jugar con otros niños y no saber cómo; en pedir –alguna vez- no salir del aula hacia las clases de apoyo porque «quiero estar con los amigos», en aclararle a una niña «yo ya no tengo autismo», para que te deje jugar con ella o en decirle a tu hermana pequeña «¿Sabes Laia?, el autismo es algo que les cuesta a muchas personas como a mí».
Por cierto, no te lo he dicho, pero me encanta que te identifiques con el rebaño y no con Cuatro. Me gusta porque en ése deseo veo tu lucha. Y si algo tenemos todos en común, más allá de cualquier idioma, cultura o neurosis, es que tarde o temprano, afrontamos pequeñas y grandes batallas. Todos por igual, Bruno, como tú.
Por último, me gustaría recordarte que ya ha pasado bastante tiempo desde que El rebaño está en la clase. Aún no ha regresado. ¿Nos habrá tocado el «libro rebelde»? ¿Por qué no quiere regresar a nuestra biblioteca? Misterio. Algún día, en alguna lectura, lo descubriremos.
Te quiere,
Mamá
Margarita del Mazo – Guridi
La Fragatina