Piratas del mar helado

9 de diciembre de 2018

Piratas del mar Helado

Querido Bruno:

Hace tiempo tienes a Julio Verne como amigo. Sabía que, después de que te invitara a una isla desierta, viajar en submarino o recorrer el mundo en 80 días iba a ser difícil ampliar el círculo de esa amistad. Sin embargo, lo logramos gracias a la recomendación de Enrique, un librero excepcional. Así llegó a nuestras manos Piratas del mar Helado, una aventura magistralmente escrita por Frida Nilsson. Cada noche las páginas iban y venían de un lado a otro, como si fueran arrastradas por las olas. El viento helado soplaba para llevarte de escena en escena, a veces adelante y otras hacia atrás. Lo que estaba claro era que estabas ahí, en medio del hielo, ayudando a Siri a rescatar a su hermana pequeña de un grupo piratas legendarios. Pronto entendí por qué te gustaba tanto: ahí, en esa historia, leer era vivir. Tenía un lenguaje cinematográfico con oraciones cortas y contundentes; sus descripciones estaban hechas de verbo y sustantivos; predominaban las imágenes visuales y había acción continua. La emoción estaba en ti como lector, pues el texto se limitaba a contar lo que sucedía, que no era poco. Siri, su protagonista, no era valiente ni extraordinaria, solo estaba movida por la determinación. Esta historia cabía en la realidad y la realidad era un crisol de personajes gobernados por los matices. Cuando acabé, cerré el libro con el pesar de las buenas lecturas. Oíste mi suspiro y te acercaste:« ¡¿A que está muy bueno?!» me dijiste con los ojos brillantes.

De los tantos capítulos, recuerdo uno que me punzó el corazón: niños esclavos subiendo y bajando por minas subterráneas, en plena lucha por la supervivencia. Con un hilo de voz te pregunté: «¿no has sentido pena en esta parte?» Me miraste extrañado. Tu respuesta fue rotunda: «No». «¿De verdad?» , insistí. «Me dan rabia los piratas, porque si no fueran tan vagos, los niños no tendrían que trabajar», aclaraste muy serio.

Pensé en la cantidad de conceptos, como la empatía, que definen nuestra forma de juzgar el mundo y cómo llenamos su significado desde nuestro lugar, irónicamente, tan rígido y estrecho. Tu lectura del libro de Frida Nilsson me enseñó que la empatía tenía fronteras más amplias. Tú sólo llegabas desde otro lugar. Recordé al doctor Murphy* cuando en vez de abrazar y consolar a su compañera por la muerte de su mascota, hizo una autopsia al pez y peleó, con pruebas irrevocables, contra el dueño de la tienda para conseguirle otro a su querida amiga. También, reviví la conversación con otros adultos con TEA que me aseguraban la importancia de las causas: «la gente se enfada conmigo porque si alguien se cae, lo primero que hago es preguntarme por la razón por la cual se cayó. ¡Por supuesto que me importa que se haya hecho daño, pero por eso mismo, necesito saber qué pasó!». Tú habías pensado en los niños, pero desde los piratas, el lugar de las causas. Sé que hay amor ahí, porque anida junto a las preguntas que mueven la realidad y el conocimiento.

Bruno: gracias por invitarme a visitar esos paisajes helados, por deslizarme por el miedo y la voluntad de Siri, resguardarme en un iglú para cazar lobos y embarcarme para rescatar a Miki. Gracias por hacerme un sitio en tu barco y dejarme disfrutar con el blanco paisaje, mientras tú cuidabas, alerta y silencioso, que el universo no falle.

Te quiere con causas y consecuencias:

Mamá.

*Serie The good doctor, temporada II, cap. 7 «Hubert».

Frida Nilsson
Thule

Palabra de Bruno

«Me encanta Los piratas del mar helado porque tiene mucha aventura, hay momentos cruciales, a veces ocurren cosas inesperadas, y sobre todo la historia es muy entretenida, lo recomiendo porque me encanta, es básicamente imposible odiarlo o dejar de leerlo (me refiero a que si lees por la noche es muy difícil dejar por la mitad la lectura y cambiar de libro, a menos que no te gusten los piratas)».

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