Gorilón (o la importancia de volver a casa)

12 de julio de 2016

Gorilón (o la importancia de volver a casa)

Buenos días, dulce Bruno:

En esta época, el sol llega muy temprano y sus rayos atraviesan las ventanas como una flecha. Cuando me levanté para cerrar tu persiana, una de ellas me señaló el libro Gorilón* de la biblioteca. Y, casi sin querer, me trajo este recuerdo cálido y luminoso ¡como un rayo!

Tenías dos años y pocos meses cuando nos aventuramos con este álbum. Un inmenso gorila ilustrado por Tony Ross presagiaba un buen susto en la cubierta, pero a ti no pareció importarte. Y comenzamos con este libro donde los prejuicios aumentan con el lector y decaen con la propia historia, hasta dejar un dulce sabor en el final y en la memoria.

Con esta lectura nos dimos cuenta de la importancia que tenían las imágenes para ti. De tu sensibilidad hacia ese lenguaje que, por alguna razón, abandonamos en la primera infancia para darle lugar a la escritura. Aún escucho a Emilio Urberuaga diciéndome “una letra es un dibujo. Si en lugar de hacer ‘aes’ hicieras elefantes, verías lo bien que ahora te saldrían”. Razón no le faltaba.

Cuando leímos Gorilón, además de señalar algunos elementos cotidianos que creías descubrir, te detenías en la imagen final. Era la única a la que no asociabas con el texto correspondiente, sino con uno de la página anterior. “A casa”, decías mientras señalabas con tu pequeño dedo cómo el gorila llevaba a los ratoncitos de regreso a la selva. No era ningún error: tu gran memoria nunca te traicionaría. Se relacionaba, más bien, con el sentimiento que había despertado en ti la ilustración de Tony Ross. La luminosidad de los colores, la postura del gorila, la ternura de la escena y la calidez general de la imagen habían logrado vencer tu inflexibilidad con lo esperable y deslizar esta pequeña excepción. Aquellos trazos se habían sumergido hasta la zona abisal de tus sentimientos y había traído a la superficie “a casa” como una frase prófuga, testigo de la calma y la seguridad que te proporcionaba tu propio hogar.

En medio del caos del exterior, de la agresión de los sonidos, de la ansiedad de entrar en las tiendas, de la imprevisibilidad de la calle, de un “afuera” incomprensible representado por la Escuela Infantil a la que te negabas a ir con llantos y rabietas, este álbum te permitía poner nombre a la necesidad y al deseo de volver a tu lugar, donde todo era más controlable y controlado, donde te esperaba un bálsamo de abrazos, historias y soledad. Había alguien con sus dibujos que no te conocía y, desde otra orilla de mundo, era capaz de guiñarte un ojo –o un pincel– para ser tu cómplice.

Maquetación 1

Bruno: no siempre podrás quedarte, pero siempre podrás regresar. A casa, a los libros, al inmenso amor que te tenemos. Espero que los cuentos sean para ti el refugio que necesitas, cuando el mundo se te haga grande o pequeño. Solo una advertencia: ten cuidado, pues hallarás libros muy tramposos. Te darán cobijo, pero cuando creas que estás a salvo te enseñarán nuevos espacios para ser habitados. Es mi deseo que no dejes ninguno sin explorar y encuentres, en cada palabra, tu verdadero hogar.

Te quiere,

Mamá

Jeanne Willis y Tony Ross
Ediciones Ekaré


“Para mí, los libros son un hogar. Los libros no hacen un hogar; lo son, en el sentido en que así como los abres del mismo modo en que abres una puerta, entras adentro. En el interior, descubres un tiempo y un espacio diferentes. También, se desprende el calor de ahí, como una chimenea. Me siento con un libro y ya no tengo frío. Lo sé desde las noches heladas que pasé a la intemperie.”


Winterson, J. ¿Por qué ser feliz cuando puedo ser normal?, Barcelona, Lumen, 2012, citado en Petit, M. (2015). Leer el mundo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de México.

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