Rivas Vaciamadrid, algún día de marzo en 2015
Buenas noches, amiga gallina
Anoche tocó vivir una aventura de las buenas. Amiga gallina te gustó tanto que se te escapó por el cuerpo. Apenas habíamos cerrado el libro cuando buscaste un sinnúmero de objetos para representarlo. “Aquí, el río… esta será la vaca…” Fue la primera vez que sentiste la necesidad de dramatizar lo que habíamos leído. Pero lo más curioso fue que no hiciste una interpretación literal, sino que tomaste las principales acciones de la trama para recrearlas a tu aire, incluso con nuevos personajes.
La historia era una fábula moderna. Un perro, un cerdo y una gallina se alejaban de la granja para emprender un viaje por el mundo. Cada personaje tenía una característica especial: el perro, la valentía; el cerdo, la mirada estética y la gallina, el miedo. Durante todo el recorrido, la pobre no paraba de poner huevos debido temblor. Sin embargo es gracias a los huevos, redondos, blancos y brillantes, que los tres amigos encuentran el camino a casa cuando la oscura noche cae sobre ellos.
Lo primero que me dijiste fue “me gusta el cerdo porque es el que dice las cosas más bonitas. Luego el perro dice las cosas menos bonitas y, por último, la gallina, que dice cosas menos, menos lindas.” En todas nuestras conversaciones, el cerdo siempre fue tu favorito. Me preguntaste porqué la gallina era tan cobarde, pero en pocos segundos diste tu propia respuesta “sabía que iba a perderse, que podría distraerse”. La verdad sea dicha: cuando la gallina ponía un huevo, tú ponías una buena risa. Poco a poco, lectura a lectura, el texto se fue mezclando con tus deseos “me gusta que lleguen al bosque y que esté muy oscuro. Cuando sea de noche, para que no sea ‘muy terror’ la aventura en el camino del bosque llevaré algo que tenga luz… una vela, fuego, una linterna”. En este viaje, imaginaste nuevas dificultades e hipótesis a partir de las ilustraciones “¿qué pasaría si no hay puente? ¿Y si el puente está estropeado?” “¿cómo podría cruzar?”. Sin embargo, lo que más te gustó fue “que se perdiesen”. Una y otra vez, tu respuesta siempre fue la misma.
Seguro habrá múltiples interpretaciones y, seguro también, todas estarán en el campo de la posibilidad. Yo prefiero pensar que en la incertidumbre del cuento, aún guiada por las páginas, encontraste un asomo de liberación a la necesidad de pautar la vida. Es curioso: las palabras cercan significados, limitan una visión de la realidad y conducen la mirada hacia un sentido. Pero juntas dan libertad. Abren espacios para que los anhelos se escapen, respiren y vuelen; para que recorran el deseo, como un ensayo de lo que puede ser y no será.
Este es el valor de Amiga gallina, al menos el que quedó arraigado en tu corazón y te robó una sonrisa, cuando te quedase dormido con el libro y sus sueños encima.
Un beso fuerte, ¡y buenas noches!
Mamá
Juan Arjona – Carla Besora
A buen Paso