Bruno, el memorioso

Rivas Vaciamadrid, 16 de abril de 2016

Bruno, el memorioso

Querido Bruno:

Aún recuerdo ese día casi de verano, casi de noche. Era viernes y los cambios no dejaron de sucederse en toda la tarde. La vida, como decía John Lennon, estaba empeñada en imponer sus planes sobre los nuestros. Cuando llegamos a casa eran más de las veinte. Te acompañé a tu cuarto y te ayudé a recostarte.   

Ese día de casi verano, casi de noche, me susurraste: “No quiero vivir más, esto es muy difícil”. Tenías los ojos cansados y no parabas de tocarte la cabeza. “¿Por qué me pasa esto, mamá?” Te puse un paño frío en la frente y me pediste que apague la luz.  “Tal vez, es porque pienso muy rápido. Las imágenes pasan así…” tu mano dibujó un gesto que no dejaba duda de que tu mente excedía el límite de velocidad permitido. “Y lo peor —continuaste—  es que no puedo olvidar”.

Antes de irme, pensé que a los ocho años lo difícil tendría que ser conseguir un cromo, darle un beso a la chica que te gusta o ser el campeón en hacer girar una peonza, pero ¿vivir? ¿Cuándo aparece la conciencia de la dificultad por primera vez?  Si no podía fechar el inicio y el fin de tu dolor ¿significaba que era infinito? ¿Cuándo los recuerdos pesan tanto que se hacen insoportables?

Mientras dormías, tuve la necesidad de releer Funes el memorioso, de Jorge Luis Borges. “Su percepción y su memoria eran infalibles. Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del treinta de abril de mil ochocientos ochenta y dos y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños. (…)No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso.”

Ésa noche no hubo libro para ti, habías leído el mundo. Yo te busqué por el barrio de Borges, en la esquina de papel que unen la ficción con el dolor de cada día, con la esperanza de encontrarte. Estoy en el abrazo cómplice entre la tinta y el silencio, allí te espero.

Mamá

Jorge Luis Borges

Emecé

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