Respuesta al artículo: «¡Súper Lij!» de Ana Garralón

Respuesta al artículo: «¡Súper Lij! : llega la literatura que nos salva de todo» de Ana Garralón

Hace unos días, Ana Garralón lanzaba a la comunidad virtual un necesario artículo titulado Súper LIJ: llega la literatura que nos salva de todo. Necesario, más allá de las ideas que expone, porque materializa un debate que, desde hace tiempo, está en el aire. Y, sobre todo, porque moviliza creencias, pensamientos y reflexiones a todos los que de alguna forma participamos en la cosmogonía de los libros y la lectura para niños.

 Es cierto: en general, las preguntas que recibimos quienes nos dedicamos a la literatura infantil tienen un sentido utilitario. “¿Me recomiendas un libro para…?” a lo que sigue un contenido de lo más variopinto, donde caben las emociones, los conflictos sociales y  preguntas científicas y filosóficas que aún buscan una respuesta satisfactoria. De manera frecuente, esta situación ha sido el centro de conversaciones con otros especialistas y mediadores sobre el poder que le atribuimos a los libros y a la literatura. ¿Es responsabilidad de los libros explicar determinadas circunstancias de la vida?  Y, mejor aún, ¿tienen los libros el poder de cambiar procesos evolutivos o conductas? A bote pronto, durante la infancia, no; aunque pueda existir más de una excepción. Coincido con Ana  Garralón al decir que ningún libro, por bueno que sea, reemplaza la presencia y el diálogo con un adulto y que, en ocasiones, se busca en un libro lo que debería resolver un profesional. Sin embargo,  me parece importante realizar ciertas matizaciones encaminadas a orientar o buscar una hipótesis sobre el origen de tal confusión, puesto que la realidad –desde mi punto de vista- es más compleja de lo que parece.

Los seres humanos pensamos en narraciones. Nuestro cerebro tiende de forma natural a estructurar la información del entorno como una narración tanto para extraer como para guardar un aprendizaje. Lisa Cron, que ha estudiado el enlace entre la neurociencia y la literatura, lo expresa de la siguiente manera:

“Tener pulgares oponibles nos permitió agarrarnos;  las narraciones nos indicaron a qué debíamos agarrarnos. Nos dejaron entrever qué nos deparaba el futuro y prepararnos para cuando llegara. Se trata de una hazaña de la que ninguna especie puede presumir, tengan o no los pulgares oponibles. Los cuentos nos hacen humanos, no solo en el sentido metafórico, sino en el literal. (…) Nuestros cerebros están programados para responder a las historias: el placer que nos produce una historia bien narrada es la forma que tiene la naturaleza de cautivarnos para que le prestemos atención”

A través del tiempo, esa memoria de especie, en la que se refugiaron los miedos, los tabúes, los descubrimientos y las advertencias, se transformó en cuentos. Ritos de iniciación, épocas de hambruna, la amenaza real de las fieras salvajes durante la Edad Media, llegaron hasta nosotros en el eco de Hansel y Gretel, Caperucita Roja y otros tantos relatos populares. Los folcloristas recogieron cómo, en diferentes geografías, distintas culturas originaron los mismos relatos. En el campo de la psicología, Jerome Bruner logró demostrar la importancia de la narrativa en la construcción de la psiquis humana, el antropólogo Lèvis Strauss estudió a fondo el origen de historias y mitos; en el campo de la filosofía de la cultura, Ernst Cassirer cambió el paradigma del ser humano al decir que no era un animal racional, sino un animal simbólico cuyo epicentro era el lenguaje; dentro del psicoanálisis y la psicología evolutiva actual Evelio Cabrejo y Marie Bonnafé hallaron una relación intrínseca entre el lenguaje estético y literario y la construcción subjetiva en la primera infancia. De forma más reciente, la antropóloga Michèle Petit trabajó sobre la lectura en contextos de crisis. Estos ejemplos, muy escasos y que, para ser justos, dejan a fuera a grandes pensadores, forman parte de una red conceptual y teórica muchísimo más amplia, que confirman desde varios campos del saber cómo la narración ha conformado un lugar importante en la construcción de la subjetividad humana, tanto en el plano individual como colectivo, psicológico y social.

Si seguimos con este razonamiento, es natural — nunca mejor dicho— que surjan en familias y docentes las peticiones sobre libros que traten, de forma específica, temas evolutivos o peliagudos. Es más que evidente que  tales peticiones no nacen de la argumentación que he dado, sino de una experiencia mucho más intuitiva, a la que se sume, tal vez, una visión heredera del libro como objeto de poder. Pero  la percepción de que la narración, el cuento, tiene cierta influencia en la persona es igualmente real. La demanda, por lo tanto, no me parece grave y entra dentro del escenario de lo posible, lo esperable y lo respetable.

Por esta razón, comparto solo en parte la opinión de la autora del artículo cuando afirma “los libros para niños están sujetos a las demandas de los adultos que buscan en ellos mucho más de lo que buscamos nosotros: literatura, fantasía y hasta creación de lectores”.  Creo que los libros inteligentes aportan mucho más que estas tres cosas: van más allá y actúan directamente en la conformación de la subjetividad y, también, según la intensidad del discurso y el contexto social, puede pasar a formar parte del tejido social. Los libros que publicamos, que leemos, son espacios de producción de sentido.

“Una historia poderosa puede llegar a reprogramar el cerebro del lector, inculcándole una mayo empatía, por ejemplo”, dice Lisa Cron, y se afana bien en aclarar que se trata de historias bien pensadas y construidas. “Jorge Luis Borges decía que el arte es ‘fuego y álgebra’ (…) existe un marco implícito que debe sustentar la narración para que esa pasión, ese fuego [que proviene del escritor]  encienda el cerebro del lector. Los cuentos que carezcan de él serán abandonados; los que lo tienen harán que se quiten el sombrero incluso si no lo llevan”.

Ahora bien, otro tema es que la producción editorial (no tengo datos para decir qué porcentaje) no contribuya a crear lectores,  a la construcción de la subjetividad humana y elabore sentidos que van desde lo superfluo a lo aberrante. Libros cuyo mayor defecto no es el tema (se puede tratar el alzheimer, el parkison y el cáncer), sino un esqueleto ficcional tan pobre como endeble, a lo que se le suma un tratamiento simplista y volátil. Obras, como bien ha señalado Ellen Duthie en más de una ocasión, en el que las preguntas están mal planteadas o brillan por su ausencia, y en el que la metáfora hace aguas por todas las páginas. Lo cierto es que nunca conocí a un editor que no confiara en sus libros, por malos que fueran. ¿Hacen falta más encuentros profesionales, reclamo de espacios formativos…?

Me parece que temas tan importantes como el feminismo, la discapacidad, el maltrato y la muerte, entre otros, deben proferir un doble respeto dentro del campo de la literatura infantil y juvenil. Primero, literario: porque ante todo tenemos derecho a leer historias bien escritas; y segundo hacia el lector, que necesita que cuestiones tan propiamente humanas sean tratadas con la dignidad que se merecen.

En este escenario, me gustaría hacer una salvedad. En ¡Súperlij!… se hace referencia a temas propios de la primera infancia como dejar el chupete o el control de esfínteres. Nada más cierto que para lograr ambas cosas son fundamentales las pautas educativas y las recomendaciones de los profesionales pertinentes. Un libro de ficción que aborde estos temas es  totalmente prescindible. Sin embargo, son procesos inherentes al universo del niño: forman parte de su mundo inmediato, de su madurez y evolución. Por eso deben existir, circular y acompañar tanto al lector como al adulto. Al pequeño, porque habla de él mismo; al adulto porque le da la confianza suficiente para abordar un tema  que muchas veces  le resulta desbordante y complejo. Más allá del resultado, estos libros colaboran en estrechar el vínculo entre el adulto y el niño a través del libro; algo fundamental en la promoción de la lectura en edades tempranas.

Graciela Montes decía que si la literatura había salvado la vida de Sherezade, debía tener algún poder. Cada vez que le leo a mi hijo con autismo, visito talleres, presto libros, dialogo con niños y mediadores, confirmo que es cierto. No  tiene forma de rayos supersónicos ni es vulnerable a la kriptonita, pero está ahí, al acecho. Se esconde con una fórmula de invisibilidad en las narraciones bien hechas, las historias que no subestiman al lector ni les quitan a importancia que tienen. Es transformadora, no deja indiferente a sus lectores y colabora en los significados compartidos. Y, lo más importante, actúa en seres en crecimiento, no porque sean niños sino porque son personas.

Lisa Cron
Mil Razones

Michèle Petit
Océano Travesía

Marie Bonnafé
Océano travesía

Antonio Rodríguez Almodóvar
Fundación Germán Sánchez Ruipérez

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