«La filosofía ayuda a explorar el mundo en el que vivimos»

«La filosofía ayuda a explorar el mundo en el que vivimos»

Brillante, cercana y exquisita tanto en las palabras como en el trato, Ellen Duthie desarrolla diferentes proyectos que vinculan la práctica filosófica con la literatura infantil. Es, además, autora del proyecto editorial Wonder Ponder y traductora -entre otros- de Maurice Sendak.

La última semana de noviembre tuve el placer de ser invitada por Ana Garralón a realizar el curso  «Atrápame si puedes. Libros y lecturas de 0 a 6 años»  en la escuela «Anatarambana. Literatura infantil», que bien dirige.  En este marco entrevisté a Ellen Duthie,  para que orientara a los participantes sobre el potencial del trabajo filosófico a partir de los libros infantiles.  Sus inteligentes respuestas bien merecen ser compartidas,  así que aquí está al completo, para deleite de todos.

¿Cuándo empezaste a trabajar la filosofía desde la literatura infantil? ¿Qué te motivo a hacerlo?

Una de las primeras cosas que me propuse hacer nada más acabar la carrera de filosofía, durante la cual, para aportar fondos a mi propio sustento, trabajé como profesora, fue escribir algo que lograra presentar algunas de las grandes preguntas filosóficas a los niños de forma que enganchara y que entroncara con preguntas que ya se hacen de un modo u otro muchos de ellos. Escribí muchos borradores, pensé en muchas alternativas diferentes, hasta que acabé por dejarlo a un lado, sospechando que algún día lo retomaría.  Todos los borradores eran textos literarios.

Por otra parte, nunca dejé de leer literatura infantil y mis estudios de filosofía me ayudaron a desarrollar un modo reflexivo de leer. La filosofía te dota de unas herramientas de reflexión que casi no puedes evitar aplicar a todo lo que lees, incluido en mi caso, la literatura infantil. De este modo, me empezó a interesar la literatura (infantil y adulta) como punto de partida de indagación y reflexión propias. Muchas veces esto me llevaba a tomar notas y escribir pequeños ensayos a raíz de lecturas de literatura infantil, que me servían de estímulo.

Más tarde, cuando nació mi hijo, mi experiencia de lectura con él y su apropiación de los cuentos, sus preguntas, su relación con la ficción y con la palabra, aumentaron mi interés y me dieron la oportunidad de ahondar en la idea de que explorar la literatura y explorar el mundo iban en paralelo y se alimentaban entre sí de formas muy interesantes. Por eso, cuando quise explorar las posibilidades de abordar preguntas filosóficas con niños pequeños, la literatura me pareció un punto de partida casi natural. Conocía el trabajo de Matthew Lipman (cuyas novelas filosóficas son la base del programa de filosofía con niños más extendido en el mundo) y del francés Oscar Brenifier, pero me interesaba probar con álbumes (algo que también hacen otros; no he sido la primera), porque a mí misma me resultaban especialmente estimulantes.

¿Cuál es el aporte que puede hacer la filosofía al campo de la promoción de la lectura durante la primera infancia?

Sobre las virtudes de hacer filosofía con niños en general, diría que pararse a pensar, a reflexionar y a analizar el mundo (hacer filosofía) ayuda a observar y explorar con mayor profundidad el mundo en el que vivimos, cuestionar lo que vemos, lo que se nos dice y lo que se nos informa, distinguir un argumento bien fundamentado de uno sin base, escuchar a los demás, aceptar que no siempre se tiene razón y valorar las ideas de otros, expresar desacuerdo sin necesidad de expresar confrontación, valorar nuestras propias ideas y no tener miedo de expresarlas, vivir en el mundo de forma consciente y activa y desarrollar una mirada propia, una voz propia y, en definitiva, un yo propio.

Creo que el enfoque filosófico en la promoción de la lectura, combinado con otros enfoques, aporta varias cosas, de las que hay serias carencias en el sistema educativo: el disfrute de la lectura, la lectura crítica y el pensamiento crítico. Por un lado, es una forma divertida y participativa de tomarse la literatura en serio, de pensar sobre la literatura con rigor, de aumentar la comprensión de la literatura como reflejo de la realidad, pero también como contrapunto de la realidad. Permite entender el libro como fuente de disfrute y como fuente, no de “lecciones”, sino de estímulos para la reflexión. Esto ayuda a desarrollar una relación activa con la literatura que creo que es fundamental en la formación de lectores.

 ¿Cuáles serían, desde tu criterio, los primeros pasos que deberían seguir quienes coordinan bebetecas para introducir la filosofía en sus espacios?

Uno de los pasos más importantes es leer, seleccionar. ¿A partir de qué libros vamos a explorar? Esto es fundamental.

Es importante elegir álbumes que abran; no álbumes que cierren. ¿Qué quiero decir con esto? Muchos álbumes, muchos cuentos, se acercan más a dar una respuesta que a plantear una pregunta. A menudo los que aparentemente plantean una pregunta, si nos detenemos a analizarlos, vemos que la pregunta es en realidad una afirmación o una respuesta disfrazada de pregunta.

Los álbumes que transmiten valores de algún modo no suelen ser los más adecuados para explorar. (Puede haber excepciones y siempre se puede recurrir a problematizar la pretendida respuesta o valor, o “mandamiento” ético: ¿en qué situaciones nos resulta difícil cumplirlo? ¿habría alguna excepción a la norma?). Tampoco son siempre los mejores álbumes los que parecen “contener” una pregunta filosófica o tratar un tema potencialmente filosófico. Realmente lo que hay que buscar son álbumes que te dejen pensando, preguntando.

Hay varios tipos de libro que consiguen esto. Por un lado, estarían los cuentos de Sapo y Sepo o de Búho en casa de Arnold Lobel, o cualquier historia escrita por William Steig, cuyo punto de partida o de llegada es a menudo una pregunta filosófica. En el cuento “Galletas”, Arnold Lobel construye una ficción en torno a la exploración de la idea del libre albedrío, en el cuento “Dragones y gigantes”, lo hace en torno al concepto de valentía. William Steig con frecuencia recurre al fenómeno de la transformación para explorar en su ficción preguntas sobre el sentido de la vida, la identidad o la esencia.

Pero también hay otro tipo de libro, donde el “tema” filosófico no es tan central o no es lo central, que sin embargo puede dejarte pensando o preguntándote. En este sentido, cualquier ejemplo de buena literatura tiene siempre un elemento filosófico o al menos filosóficamente explorable. Esto ocurre naturalmente cuando un autor nos ofrece personajes complejos, sutiles, que afrontan verdaderos dilemas difíciles de resolver. En este sentido, en lugar de elegir libros que “contengan” un tema, partimos de un libro bueno y vemos qué preguntas nos plantea. Un libro nos puede llevar en muchas direcciones diferentes en este sentido.

Una vez que hemos seleccionado un par, todo es ponerse a probar. Si ya se tienen rutinas de diálogo en torno a la literatura, se tiene algo ganado, ya que se tratará de ir poco a poco introduciendo rutinas de análisis, de observación y de argumentación. De que los propios niños planteen preguntas a partir de los libros. Cambiar el foco del análisis meramente interpretativo (que busca respuestas o comparte opiniones) al análisis interrogativo e indagatorio (que se centra en plantear las mejores preguntas y explorarlas en todas sus dimensiones y en someter al rigor nuestras ideas y opiniones) sobre el libro y a partir del libro, sobre el mundo y sobre nosotros en el mundo.

Hay cursos introductorios a la práctica de la filosofía con niños en España, México y Argentina. Desde Wonder Ponder, también damos cursos presenciales de introducción al diálogo filosófico a partir de la literatura infantil. En el próximo año también lanzaremos un programa de formación online en el que estamos trabajando.

Pero yo animo a que nadie se paralice. Que se lancen y prueben y rectifiquen sobre la marcha. Una de las cosas con las que más he aprendido yo es con la escucha de las grabaciones de los diálogos con los chicos. La mejor forma de mejorar es escucharse a una misma y detectar dónde pudiste estar mejor como orientadora del diálogo, dónde cortaste un intercambio rico sin quererlo, dónde pasaste por alto algo interesante y relevante que dijo alguno de los chicos.

Otra buena forma, si se está inseguro de partida, es invitar a alguien a dar un taller que ya tenga experiencia para observar, tomar algunas claves y verlo en acción antes de probar uno mismo.

 ¿A qué edad es recomendable comenzar a realizar un abordaje filosófico en la lectura compartida o en los talleres con niños?

A partir de que se hayan soltado a hablar, se pueden ir introduciendo formas de dialogar sobre las lecturas. En torno a los 3 años. Es importante elegir bien las lecturas y no alargar demasiado los diálogos a estas edades. También es importante medir las expectativas. A estas edades, se trata especialmente de empezar a adquirir la conciencia de que pararse a pensar puede ser una actividad (y que como actividad, puede resultar activa) y de adquirir el hábito de considerar los libros como fuente de disfrute, de interés y de reflexión (sobre libros y sobre el mundo a partir de lo que nos cuentan los libros).

El diálogo es inherente a los talleres o actividades en torno al libro. La pregunta suele ser el inicio y el motor de la conversación literaria. Sin embargo, no siempre se le presta la atención que se debiera.

Ellen, ¿cuál es la importancia de la pregunta y su formulación?

Yo encuentro que muy pocas de las preguntas que hacemos a los niños y que nos hacen a nosotros como adultos -e incluso que nos hacemos a nosotros mismos – son preguntas de verdad.

La mayoría de nuestras preguntas, por decirlo de un modo gráfico, nacen muertas. Son preguntas sin recorrido o que acaban su recorrido nada más pronunciarse. Algunas son preguntas falsas, que realmente son afirmaciones con piel de pregunta (y que no pretenden ser retóricas). Otras son preguntas para las que solamente cabe una respuesta. Preguntas cuya respuesta no nos interesa escuchar, sino meramente calificar. Preguntas que se agotan en sí mismas. Preguntas donde el interpelado, al oírlas o leerlas, entiende que cualquier respuesta va ya implícita en la pregunta, por lo que complace al que pregunta con la respuesta buscada y sigue con lo suyo, sin levantar la vista ni darse por verdaderamente interpelado. Preguntas que cierran mucho más de lo que abren.

Así son la mayoría de las preguntas que llegan a los niños, desde los libros de texto, sí, pero también desde muchos libros informativos que no son “de texto” y desde muchos libros considerados como de ficción.

Puede haber muchos motivos por esto, uno de los cuales relacionado con un determinado concepto de infancia y un determinado concepto de educación.

Pero muchas veces tiene que ver con la poca práctica que tenemos en el arte de hacer buenas preguntas. A veces es evidente que hay una intención de hacer buenas preguntas, pero algo falla. No se piensa lo suficiente en para qué hacemos las preguntas: qué queremos conseguir con ellas en general y con cada pregunta en concreto. No se presta suficiente atención tampoco a la redacción de las preguntas. A veces en cambiar muy ligeramente la formulación de una pregunta puede estar la diferencia entre matarla y darle vida, darle recorrido y conseguir una interpelación y una comunicación real.

Muchas maestras me dicen que sus alumnos no responden o responden con desgana a sus preguntas cuando tratan de hacer diálogos más abiertos. Por lo general, cuando analizamos las preguntas que están lanzando a esos alumnos podemos detectar cómo mejorarlas para que sirvan de resorte de participación en lugar de como resorte de encogimiento de hombros.

Es importante analizar nuestras preguntas pero también, y esto es crucial, proponer que las preguntas las formulen los propios niños y entrenar nuestra capacidad de hacer buenas preguntas.

¿Crees que hay preguntas que deben fomentarse entre los 0 y los seis años? Si esa sí, ¿cuáles son?  En tu experiencia, ¿qué temas o preguntas observas que se repiten con mayor frecuencia en tus talleres con niños pequeños?   Cuál es, para ti, la más difícil de responder y por qué?

Creo que las preguntas que deben fomentarse son las que vienen de los propios niños. Observar y conectar con sus intereses, a veces coger una pregunta y tirar del hilo. Las preguntas que fomentemos los adultos deben entroncar con las preocupaciones de los niños, que tienen siempre que ver con comprender su papel en el mundo y en sus diversas relaciones -con amigos, con padres, con profesores, con niños más pequeños, con los animales-, con lo que pueden esperar los demás de ellos y ellos de los demás, con entender cómo funcionan las cosas.

En estas primeras edades hay varias cosas que interesan a los niños en el sentido en que desean entenderlas mejor para saber donde se sitúan ellos frente a ellas. Una de ellas es la propiedad (“mío, mío”), otra es “ser bueno y ser malo”. Están aprendiendo el concepto de amistad y cómo está bien tratar al otro y que te traten a ti. Están aprendiendo que hay normas y tratando de entenderlas. Saben que deben hacer lo que se les dice pero no siempre entienden por qué. Temas como como la jerarquía (¿quién tiene derecho a mandar a quien y por qué?), la bondad o la maldad (en ellos mismos y en los demás), la justicia, las normas, o la felicidad, el miedo, la realidad y la imaginación, lo que podemos saber y lo que no podemos saber, la diferencia entre causalidad y coincidencia… todos son temas que atañen a la vida diaria de los niños y disfrutan intentando desentrañar, especialmente en compañía o en diálogo. Me parece importante no centrar el diálogo siempre en cuestiones éticas o de valores (que también). El diálogo y las preguntas deben ser sobre nuestro asombro frente al mundo en todas sus dimensiones.

En cuanto a la dificultad de responder a las preguntas de los niños, sólo es difícil cuando piensas que la que la tiene que responder, la que tiene que tener una respuesta, eres tú. Hay preguntas más difíciles que otras, y para algunas yo no tengo nada clara mi respuesta. Pero si el modo de verlo lo modificas y entiendes que una pregunta de un niño es una oportunidad de explorarla juntos, la sensación de no tener la respuesta se evapora y te centras en la aventura de la exploración conjunta.

 En este sentido, las respuestas de los adultos ¿deben tener un límite en sus explicaciones?

Cuando un niño hace una pregunta científica, por ejemplo, el límite tiene que ver con sus conocimientos científicos previos, con el lenguaje que vamos a usar para comunicarnos, con lograr transmitir el concepto de una forma que se comprenda. En el caso de una pregunta filosófica, en cambio, no se trata tanto de explicar como de compartir posibles respuestas, exponer ejemplos y pensarlos juntos, pensar en algún contraejemplo que se nos ocurra. Se trata de compartir nuestro “no saber”. Esto puede resultar mucho más reconfortante que una explicación cerrada.

Se dice que todos tenemos un niño interior, pero ¿y los niños? Por sus preguntas y observaciones, ¿podemos deducir que tienen un filósofo?

No soy demasiado amante del cliché de que todos los niños son filósofos, pero es cierto que si podemos decir que los niños tienen un matemático interior desde que cuentan sus muñecos o un autor interior desde que inventa su primera historia, podemos decir que los niños tienen un filósofo interior. Si entendemos que el interés filosófico empieza con el asombro, los niños, al ir descubriendo todo por primera vez, tienen el asombro a flor de piel. Los filósofos trabajan por recuperar esa capacidad de asombro como punto de partida. En este sentido, los niños reúnen unas condiciones óptimas para hacer filosofía: para pararse a pensar. Comparten con los filósofos la curiosidad y las ganas de indagar hasta el final. Todos conocemos esas infinitas cadenas de “¿y por qué? ¿y por qué? ¿y por qué?”.  En realidad, esto es una característica definitoria del ser humano frente al resto de los animales: queremos comprender. Pero para muchos de nosotros, a medida que nos vamos haciendo mayores, la vida práctica va arrinconando ese impulso interrogador y esa capacidad de asombro. Este proceso empieza pronto, desde la propia escuela, donde el impulso de interrogar o de detenerse en el asombro se considera como interrupción o “irse por las ramas”, y pronto nos acostumbramos a que esa actitud interrogadora sea secundaria, o se reserve solamente para cuando haya tiempo. Y todos sabemos lo fácil que es que nunca haya tiempo.

Buscar ese tiempo dentro de nuestras jornadas repletas de vida práctica, seamos niños o adultos, reconocer que todos, niños y adultos, tenemos un filósofo dentro y hacerle un poco de caso de vez en cuando es una de las principales maneras en las que podemos dotar de sentido a nuestra existencia como seres humanos.

Hace un par de años en un diálogo filosófico sobre la felicidad, a partir del álbum  El camaleón camaleónico de Eric Carleun grupo de niñas y niños de 9 a 12 años determinaron su propia receta de felicidad. Después de hacer una lista de requisitos, descartar algunos, pensar en otros nuevos parecía que estaba casi todo cerrado. “¿Algo más?”, pregunté. Y una niña de 10 años contestó: “Tan solo una cosa más: para ser feliz en la vida, creo que hay que pararse a mirar de vez en cuando”. Pararse a mirar y pararse a pensar. Y todos asintieron con la cabeza. “Mi madre nunca se para a mirar”, dijo alguien.

Por último, ¿puedes recomendarnos tres libros para comenzar a “filosofar”  en las bebetecas?

El camaleón camaleónico, de Eric Carle, plantea preguntas interesantes sobre los deseos y la felicidad por un lado y sobre la identidad y el cambio, por otro.

Planificación para niños de Primaria

Sesión con niños de 5-8 años

Sesión de con niños de 9-12 años

Hay un oso en el cuarto oscuro, de Helen Cooper.

Sesión con niños de infantil

Planificación para niños de Primaria

Un libro, de Hervé Tullet plantea preguntas interesantes sobre el concepto de causa. ¿Provocamos nosotros lo que pasa en la siguiente página? ¿Cómo lo sabemos? Aquí os dejo el artículo que escribí en su momento con el correspondiente abordaje desde la filosofía.

¡¡¡Muchas gracias, Ellen!!

Ellen Duthie es autora de Mundo cruel, Yo, persona y Lo que tú quieras, de la serie Wonder Ponder de Filosofía visual para niños. Es creadora de los proyectos de práctica de filosofía con niños a partir de la literatura infantil Filosofía a la de tres Filosofía de cuento. Es asimismo autora del blog Lo leemos así, de reseñas de álbumes centradas en la experiencia de lectura compartida en voz alta y traductora de, entre otros autores, Maurice Sendak.

Entrevista realizada para el curso  «Atrápame si puedes. Libros y lecturas para niños de 0 a 6 años» en la Escuela Anatarambana.

Fecha: 7-12-2016

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