El poder de crear mundos

El poder de crear mundos

Uno de los grandes regalos que me dio el trabajo fue conocer a Emilio Urberuaga. Era enero de 2012 y el año recién se estrenaba cuando nos sentamos a conversar en un bar del centro de Madrid. Este es el resultado de este encuentro, en el que el frío, el café y el diálogo se combinaron a la perfección.

El poder de crear mundos

El rey Midas tenía el poder de convertir, todo lo que tocaba, en oro. Una capacidad similar, pero con su voz, tiene Emilio Urberuaga. La pasión con la que habla de su trabajo, salpica y contagia a todo el que se acerque. El oro es, en este caso, reflexiones y comentarios embebidos de buen humor.  “Pese a mi aspecto, que parece el de un señor que va asesinar a alguien, me considero un tipo con bastante sentido del humor. Me gusta reírme de las cosas. Primero de mí mismo, me miro por las mañanas y digo ‘vaya aspecto’. A partir de ahí, empiezo a reírme de todo.  De hecho, bastantes de los encargos que me hicieron vinieron de la mano del humor. No entiendo la vida de otra forma.” 

Aprovechamos para preguntarle sobre su estilo, al que varios críticos sumaron, además del humor, la intensidad en el uso del color y la expresividad de sus trazos. “Tengo un estilo en la medida que todo ser humano tiene un estilo para escribir y cada letra es distinta, no hay dos que se parecen.  Pero estilo…—se nota que la pregunta no le convence demasiado—  yo trabajo. Y fíjate que no he dicho ‘mi obra’. Yo soy un trabajador.  Sí, claro,  de un aspecto creativo que requiere de una serie de cosas… pero fundamentalmente soy un trabajador; vivo de esto. La diferencia está en que hago un trabajo que me apasiona, algo que no todo el mundo puede decir. Pero decir ‘Mi obra, mi estilo…’ eso me da un poco de vértigo.»

El diálogo impulsó a preguntarle por su preferencia en el uso de los materiales. “El negro sobre blanco, la pluma y el dibujo me apasionan. Hace poco me metí en la página web de Quentin Blake, que es un maestro. Y te embobas. Y es algo que está muy cerca de mí, que he visto millones de veces. Sin embargo, lo sigo viendo y me sigo embobando. ¡No había nada ahí! y ahora hay una jirafa, un camión… Me fascina ese poder de crear mundos. A todos los seres humanos nos gustaría crear un mundo a nuestra medida, a nuestra imagen y semejanza. Por ejemplo ‘Me gustaría encontrarme una señora con un perro’ ‘tener una casa como esta en tal sitio’, porque en el fondo a todos nos gustaría cambiar las cosas. Y esto es lo que yo creo que es, fundamentalmente, el vehículo del arte y de la política (siendo optimista).”

Ahora bien,  deja muy claro que para él, antes Quentin Blake y Tommy Ungerer, hay otro artista en su escala de preferencias. “Hay alguien que admiro mucho más que a  ellos y que no lo ponen nunca: se trata de  André François, que era, además, maestro de estos dos. De él, admiro su capacidad de contar con imágenes, de crear mundos en los que te gustaría vivir. Antes, cuando decía de los ilustradores queremos crear mundos, la frase estaba incompleta:  queremos, además, que la gente entre a vivir en ellos. Lo que más me emociona es que alguien haga un dibujo y digas ‘me gusta’ y no sabes cómo ni  porqué,  desees entrar a vivir ahí. Lo que me atrapa de una obra gráfica realmente es que te toca algo, y ese algo tiene un hilo que te une al tipo que lo ha hecho. Es encontrar un alma gemela. Me gustaría que en cuarenta o cincuenta años, alguien tuviera la misma sensación que tengo yo en mi estudio cuando me siento y abro un libro de François;  quisiera que alguien cogiera un libro mío y dijera ‘esta persona me cae bien. Con esta persona hubiera podido tomarme unos vinos’. Me gusta  saber que no estás solo, que hay alguien que piensa muy parecido a ti. Por suerte no somos tan originales y comulgamos con muchos seres humanos; no es una homogeneidad  completa, porque hay aspectos que solo te pertenecen a ti, pero hay otros que te unen a los demás.” 

Entre el riesgo y la valentía

Escuchar a Emilio es como oír un cuento a la luz de la lumbre. A medida que avanza en las respuestas crea un nuevo relato lleno de detalles, que habla de la fascinación por lo que hace, donde la seducción del riesgo es inevitable. “Uno de los motivos por los que no trabajo en pantalla, foco de discusión últimamente, es porque si no hago ningún tipo de deporte de riesgo, que menos que enfrentarme al riesgo del trabajo. Disfruto de enfrentarme a ese papel sabiendo que me puedo equivocar en cualquier momento y lo que supone  arreglarlo. A veces, dices ‘aquí me he estrellado del todo’, pero de pronto, ves una luz verde que te dice ‘inténtalo’. Y se te ocurren soluciones salvajes que de otra manera no se te hubiesen ocurrido. Y tomas decisiones arriesgadas, porque piensas ‘ya que voy a estropear el original..’ y entonces pones un ladrillazo de color negro… y, de pronto, funciona. Y eso te da pie a que hagas otra cosa y eso también funciona. O no. Pero debes insistir.”

Continúa:  “Me apasiona irme a la cama y pensar ¿erré? ¿en qué erré? Luego, levantarme  por la mañana y ver que la ilustración tenía arreglo o, por el contrario,  levantarme por la mañana y decir ‘es que esto ya… ni que viniese Dios’. Entonces lo rompo y lo tiro. Y no pasa nada. Yo rompo mucho original. Me parece muy sano. Se lo digo a los estudiantes cuando doy los cursos. ‘¡Romped originales, romped aquellos que os salgan a la primera! Miedo, huye, es una tentación del diablo!’ Sí, si algo te sale muy bien una vez y no puedes seguir manteniéndolo, es que no lo has hecho tú, lo ha hecho el azar”.

“Es verdad que el azar forma parte importante del trabajo, pero tienes que meterlo en tu registro y aprender a dominarlo.  Evidentemente, cualquier ilustrador avispado cuando está trabajando, encuentra soluciones qué el no había pensado, que se las da el propio trabajo, y si no es tonto, las pilla. Pero debe ser conciente, dueño del acto. Sé que es muy duro, porque es una patada a la vanidad. Por eso digo: ‘No pasa nada por romperlo, tu eres la máquina, tu eres el que lo sacas.”

Una de las consecuencias del paso del tiempo, es que en el trabajo uno se hace cada vez más valiente. Pero cuidado, esta valentía nada tiene que ver con el famoso miedo a la hoja en blanco. “Oteiza, un escultor vasco al que admiro mucho, decía: ‘qué estupidez es esto del miedo a la hoja en blanco, esto es para trabajar’. Y estoy de acuerdo con él. A mí el papel en blanco no me supone ningún tipo de miedo. Al contrario. El papel en blanco es para manchar. No conozco a ningún niño que tenga miedo a la página en blanco, a la página en blanco para llenar.”

Pensar en el lector

“Cuando trabajo, manifiesto lo que pienso y no pienso en el niño. Eso sí, lo que sucede es: a) Uno ya aprende con los años b) lo que sí intento, de alguna manera, es controlar algunas cosas que sé que a ellos no les sirven. Últimamente tengo la sensación que muchas ilustraciones del mundo infantil o del canal infantil se aprovechan para otros ilustradores que no son infantiles, respetables y maravillosos ilustradores, pero que no están vinculados a la infancia. Solo hablar de esto parece que estuviera hablando de censura y no es así, ni  de censura ni de autocensura. Pondré un ejemplo: si mañana yo tengo que ilustrar un libro y me dicen ‘Carolina era una niña que se asomaba a los patios de vencindad y observaba lo que ocurría. Había una señora que bailaba…’ Hay dos formas de hacerlo:  si yo soy un cinéfilo lo primero que pensaré es en la ventana, en el patio interior… y meteré a un tipo con la pierna escayolada y una cámara fotográfica en la ventana. Lo que estoy haciendo es poner una referencia a La ventana indiscreta de Hitchcock. Como ilustrador diré ‘qué culto soy , lo que sé’. Pero también, podría poner a una niña y, de pasada, al de la pata escayolada, como un guiño para el adulto. Imagínate, yo hago muchas alusiones a pintores. Rotkho, es un pintor que me entusiasma pero yo no puedo meterle a un niño un Rotkho de golpe, solo para crear una imagen referente al texto. ¿Por qué? Porque el niño, como dicen los modernos, no tiene back ground, no lo sabe,  y no le importa. Lo cual no quiere decir que yo no le haga un guiño, y  no le ponga algo que en un futuro él sepa relacionar.”

Y para el final, el principio

Sabíamos que Emilio Urberuaga decidió ser ilustrador una tarde que pasó por el estudio de Arcadio Lobato. Pero lo que desconocíamos era aquello que, puntualmente, lo hizo cambiar la trayectoria  de su vida y convertirlo en ilustrador. “Yo creo que fue la sorpresa de descubrir algo que ignoraba por completo. Me emocionó saber que existía ese mundo; es más, que en ese mundo se podía trabajar y, también,  vivir de ello. Eso por una parte y por otra fue una especie de bofetada a la soberbia, porque iba de pintor por la vida, decía ‘yo hago pinturas, hago grabados’ y de pronto descubro que  había gente que hacía cosas maravillosas, comprensibles a simple vista y sin ninguna elaboración conceptual extraña, y que su  labor consistía en ver las imágenes de esa historia que tenía entre las manos. Entonces me dije ‘esto  me gusta y me gustaría dedicarme a ello’. Y ahí empezó todo, tan simple como eso.»

Y hasta hoy.

Entrevista publicada originalmente en Edelvives el 13/01/12.

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