Una reflexión sobre el poder del lenguaje

Historias de Excalibur I

Una reflexión sobre el poder del lenguaje

Hay días en que me levanto rebelde. Me doy cuenta porque al despertar tengo una espada a mi lado. Es parecida a Excalibur pero más brillante, y está hecha justo a mi medida. La última vez que la usé fue cuando leí el desafortunado artículo de Javier Marías “Narcisimo hasta la enfermedad”, publicado en el País, en contra de la petición de muchas familias por cambiar el significado del término “autista” del diccionario. La espada saltó a mi mano y, como no vi a Marías para retarlo a duelo, se transformó en el lápiz con el que escribí esta respuesta, publicada en Facebook y en la página Crianza Mágica. Me gustaría compartirla, aquí y ahora, aunque el tiempo haya pasado y el tema empiece a disolverse. Tal vez para dejar constancia de que hay luchas que continúan aún contra el silencio, y si alguien las recuerda, no todo está perdido. Gracias por leerla.

Respuesta de una madre de un niño con autismo al artículo de Javier Marías

Publicado el 13 de junio de 2016

He leído el artículo de Javier Marías publicado en El País,  en el que ponía el grito en el cielo por la demanda de las diversas familias y asociaciones que solicitaban cambiar el actual –y erróneo-significado de la palabra “autista” en la RAE y pedían a los medios que dejaran de usar este término en sentido peyorativo. Según el columnista esta petición atenta contra “la libertad de expresión”. Me asombró. Mucho. En primer lugar, por la ligereza con la que se reclama el derecho a expresarnos libremente, como si este derecho estuviera por delante de la responsabilidad sobre lo que decimos. Quienes trabajamos con el lenguaje, sabemos que las palabras tienen tanto peso como poder y que su circulación no está libre en la construcción social de todo significado. Hay una gran variedad de ensayos que tratan este tema. Es más: entiendo que periodistas, escritores y editores hacen su trabajo más por tener algo que decir que por el derecho mismo de hacerlo. Segundo punto: cuando Marías dice que la RAE solo “recoge el sentido de los hablantes”, no es del todo cierto. La RAE también legisla sobre la lengua y juzga qué debe incluirse en ella y qué no; establece un punto “oficial” sobre el sentido, que es consultado por tantas personas como instituciones. Desconocer esto me parece un ejercicio tremendo de irresponsabilidad. Decir oficialmente que un autista es  una persona “encerrada en su mundo, conscientemente alejada de la realidad” es un equívoco absoluto. Es cierto que las personas con TEA–hoy en día esta es la denominación correcta- tienen afectada, entre otras cosas, las relaciones sociales. Los motivos son múltiples para explicarlos aquí, pero basta decir con que no tiene nada que ver, en absoluto, con la voluntad. Es un error de concepto, contenido e información (interesado en el tema recomiendo la página Autismo Diario). Por otra parte, Javier Marías dice “Otro tanto ocurre con “autista”, como si serlo fuera algo neutro y no una desgracia. Su uso figurado agravia a los afectados. Pero lo cierto es que ambas cosas son negativas, se miren como se miren”. No sé en qué estaría pensando cuando escribió esta frase. Confío en que sean los efectos de un gin tonic de mala calidad; porque juzgar de esa manera algo tan subjetivo es tan irresponsable como su observación anterior y demuestra una soberbia apabullante. En todo caso, para saber si es una desgracia o no, deberían  consultarse a las personas cercanas al autismo. Ahora bien, ya que de libertad de expresión se trata, yo también dejo mi opinión. Para mí la desgracia está en que el genio matemático Alan Turin, con síndrome de asperger, precursor de los ordenadores y cuyo pensamiento fue clave para acabar con el régimen nazi, se haya suicidado por la incomprensión social. Que Temple Grandin no hubiera existido para revolucionar el sistema de ganado o vivir sin la sensibilidad artística de Mariano Grueiro, por nombrar un ejemplo cercano. Tal vez, esta aseveración sobre lo que es o no una desgracia, debería ir encaminaba a reflexionar sobre la cuota de responsabilidad que, como sociedad, tenemos en ella. ¿Dónde está el origen de la desgracia de la que habla Marías? ¿En el propio autismo o en el acoso que recibe un niño con esta condición? ¿En la necesidad de tener una esterotipia o en las risas que genera? Quizás, la percepción cambiaría si fuéramos más humanos, si aprendiéramos que el derecho de hacer algo no basta para cumplir con nuestra responsabilidad como profesionales y ciudadanos. Pero para eso hace falta reflexión sobre el poder de la palabra, algo que se echa en falta en el artículo de Marías y en tantos otros espacios.

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