Una escritora con mucha ciencia

Una escritora con mucha ciencia

Mónica Rodríguez es investigadora del Ciemat, pero también una prolífera escritora. Aquí revela las claves de su novela El naranjo que se murió de tristeza, así como las leyes científicas que se esconden detrás de su literatura.

Mónica Rodríguez es científica y escritora. Una rareza digna de mencionarse pero nada contradictoria, puesto que, en sus palabras, sus dos oficios tienen mucho en común “La física y la literatura, cada una a su manera, tratan de entender el mundo, de responder a las eternas preguntas”. Razón no le falta y poesía, en el pensamiento, tampoco. Lo cierto es que Mónica ha compaginado su carrera como licenciada en Ciencias Físicas con la labor de escribir para niños y jóvenes. Una tarea que, lógicamente, se le ha dado muy bien: ha publicado más de veinte títulos y ha ganado diversos premios, entre los que destaca el Premio Ala Delta por la novela Diente de León, publicada en la serie verde. En esta ocasión, hemos hablado con ella para conocer más a fondo El naranjo que se murió de tristeza, una novela juvenil que narra, a través de la muerte del naranjo de la calle del Mediodía, el pasado y el presente de Alicia, su joven protagonista.

¡Hola, Mónica! ¿Puedes contarnos cuáles son las “raíces” de El naranjo que se murió de tristeza?

El libro está basado en un hecho real que le sucedió a la familia de Javi, mi marido. Su abuela Eloína (a la que llamaban tata) vivía en Pola de Siero con sus doce hermanos en un hotel, cuidados por una tía. Entre sus hermanos hubo dos que durante la postguerra fueron encarcelados por su ideología. Uno de ellos era Falo Moro, compositor y músico (entre sus muchas composiciones están los himnos del Real Oviedo y del Sporting de Gijón). Era un hombre alegre y vividor. A ambos, durante su encarcelamiento, los sacaban a barrer las calles de Pola de Siero para humillarles y Falo lo hacía con alegría, canturreando, mientras que su hermano barría terriblemente avergonzado y triste. Esta imagen me pareció muy poderosa y pensé: ¿a quién de los dos elegiría yo? Paralelamente había leído sobre la recolección de naranjas en aquella época y por algún lado me enteré de que la tristeza era como se llamaba al virus que afectaba a los cítricos volviéndolos locos hasta languidecer y morir. No hubo más que hablar. Solo encajar las piezas. La historia estaba servida.

¿Cómo conociste a los personajes de esta novela?

Mi primera visión de los personajes fue la imagen de los dos presos barriendo el día que me la contó Piluca, la madre de Javi. Alicia vino después. Llegó con sus trenzas y su gesto enfurruñado porque no le gustaba lo que sucedía en su vida. Estaba plantada allí, delante del naranjo y yo la vi. Otro personaje al que yo quiero mucho es Lucrecia. Y, por supuesto, la tata Josefa. Los conocí a medida que empezaba a escribir y enseguida se me hicieron de carne y hueso.

En las primeras páginas de la novela, Alicia, su protagonista, nos revela: “Supe que aquellos sonidos salían de las ramas del naranjo triste. De su recuerdo. Y ya no tuve miedo. El naranjo me contaba su historia, que también era la mía”. Mónica: Esta historia, ¿también es tu historia?

No es mi historia y sí lo es. No es absoluto autobiográfica, pero en ella hay mucho mío (no lo que ocurre sino lo que subyace en ella). Quería hablar de cómo nos sentimos cuando nuestra realidad no es como quisiéramos que fuese y eso yo lo he experimentado muchas veces.

La guerra civil es un tema recurrente entre los escritores. ¿Piensas que es, aún, una herida abierta? ¿Crees, en los casos de las novelas juveniles, que no se trata de forma suficiente en los colegios y por eso la literatura le da cabida? ¿O…? Como buena científica, imaginamos que tendrás tus propias hipótesis…

Supongo que un poco de todo. Pero sobre todo pienso, que es parte de nosotros, de nuestras raíces, de nuestros antepasados y que la historia tal y como se da en los colegios no llega de verdad, no se entiende de verdad con toda su crudeza y su tragedia que es la crudeza y la tragedia de millones de personas (nuestros abuelos, nuestros bisabuelos…). Su magnitud humana. Sus pequeños dramas. Solo a través de la ficción (fíjate qué curioso) podemos conseguir llegar a comprenderla, al menos, un pedazo de ella.

Si mal no nos han contado, te has tomado un tiempo en tu trabajo como física para dedicarte a la escritura. ¿Qué te motivó a tomar esa decisión? ¿Es algo permanente?

Ojalá fuera permanente, pero tengo tres hijas, una hipoteca y pocos ingresos. De momento estoy en excedencia (llevo cinco años y medio), pero no sé cuánto resistiré. La decisión creo que es clara; la escritura siempre me acompañó y cuando recibí un dinero por la venta de nuestra casa familiar, me propuse cumplir un sueño: escribir, escribir, escribir, sin que el cansancio, ni las niñas, ni mi trabajo se interpusiera en ello. Ha sido de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Dices que nunca has dejado de escribir, pese a tu trabajo como científica. ¿Por qué libros para niños?

Siempre me ha fascinado la mirada de los niños y también la literatura, así que imagino que la unión era inevitable. Por otra parte, a veces pienso que escribir para niños es extender mi infancia- recuperar esa mirada nueva con la que descubría entonces el mundo, al menos durante el tiempo que dura la gozosa y ardua tarea de escribir un libro ¿de? ¿para? niños.

En tu haber hay una gran cantidad de libros infantiles, pero muy pocas para jóvenes. De hecho, El naranjo que se murió de tristeza es la segunda, si no contamos Esta, la vida escrita junto a Gonzalo Moure. ¿Es casualidad o te sientes más cómoda con el público infantil?

Creo que me sentía más cómoda, pero eso está cambiando. Ahora mismo tengo más originales dirigidos al público juvenil que al infantil. ¿Estaré creciendo? ¿O es que crecen mis hijas? ¿O es simplemente una necesidad de mi periodo actual? Quién sabe.

¿Podremos esperar, también, que te aventures en los libros para adultos?

Tengo escrito alguno e imagino que llegarán más. A veces uno no elije para quién escribe, el texto te lo va mostrando. Y a veces también el texto nos engaña. Tengo muchos cuentos escritos aparentemente para un público infantil que no lo son. O sí. Y claro, no encuentran su sitio en las editoriales.

Uno de tus mentores es Gonzalo Moure, un reconocido escritor de literatura infantil y juvenil, con quien siempre has comentado estar agradecida y mantener un vínculo profundo. Incluso, juntos habéis escrito la novela Esta, la vida “a cuatro manos”. ¿Cómo y cuándo lo conociste? ¿Puedes contarnos un poco la historia de esta estrecha amistad?

Yo era (y soy) amiga de su sobrino Fernando Martín Godoy, un maravilloso pintor, entonces estudiante de bellas artes. Cuando una tarde le confesé que escribía cuentos para niños, él me habló de su tío Gonzalo Moure y me dio su teléfono. Lo llamé, le mandé algún texto y él me contestó por carta. Sí, una carta de las de antes. Empecé a leer sus libros y me fascinaron. Ahí habría quedado todo (o no) si no hubiera habido otra coincidencia. Gonzalo vive en el pueblo donde la familia de una gran amiga tiene una casa. Se encontraron y hablaron de mí (la amiga de Fernando que te llamó) y él les dijo: “Dile que me escriba”. Entonces comenzó una relación electrónica de correos y textos en ambas direcciones y me regaló tiempo, consejos, confianza. Te hablo de hace muuuchos años. En alguna ocasión nos vimos, pero nuestra relación por correo seguía siendo más especial, sin las trampas de la timidez (yo soy muy tímida). Y ahora ya, tantos años después, somos grandes amigos. Todo lo bueno que hay en mi literatura se la debo a él, por sus libros, sus regalos, sus enseñanzas y su confianza en mí. Imagínate la ilusión de escribir un libro con él. Un libro además excepcional -porque es diferente, entiéndeme- y del que estoy – estamos, creo- orgullosa.

¿Crees que algún día esta historia será el argumento de un libro?

Podría serlo, claro. Toda historia puede ser el argumento de un libro. Si te refieres a si algún día escribiré sobre eso, en principio no lo tengo pensado… pero ¡quién sabe! 

Hace tiempo, te oímos decir: “La física y la literatura, cada una a su manera, tratan de entender el mundo, de responder a las eternas preguntas”. ¿Cuáles son esas preguntas para ti? ¿Has hallado las respuestas que buscabas?

No, claro que no he hallado las respuestas pero he descubierto más preguntas, nuevas preguntas, que es una manera de explorar el mundo, de explorarnos.

Las eternas preguntas: quiénes somos, qué pintamos aquí, hacia dónde vamos. Y con ellas, por qué sentimos lo que sentimos, por qué nos comportamos de una determinada manera, por qué somos cómo somos, qué pasaría si… y aquí nace la ficción, la literatura: un laboratorio donde experimentar.

Por último, La literatura, ¿tiene ciencia?

Todo tiene ciencia. Del mismo modo que todo tiene literatura. Lo que hacemos, lo que escribimos está determinado por nuestra biología, nuestra química, nuestra física. Y también por la literatura (lo que hemos leído, lo que escribimos). La literatura modifica nuestra biología, nuestra química, nuestra física. Y viceversa.

Y si te refieres a que si hay leyes y principios que estructuren la literatura, creo que sí, que los hay, o al menos hemos tratado de encontrarlos y entonces aparece un libro que rompe esas leyes, esas estructuras y eso es precisamente la Literatura (con mayúscula).

¡Gracias Mónica!

Entrevista publicada en la web de Edelvives

Fecha: 26/07/15

Para conocer mejor a Mónica Rodríguez

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